miércoles, 18 de agosto de 2010

El cielo de Cádiz enrojeció.

En el momento de publicar esta entrada hace exactamente 63 años. Mi suegra estaba ya en su domicilio, había salido del trabajo poco antes, el padre de mi Santa estaba de guardia en una garita del acuartelamiento del Tercio de Marina en San Fernando y abandonándola salió a la carrera hacia la capital recorriendo a pié 9 kms de angustia, mi abuelo estaba con mi padre que se había examinado para obtener el título de Practicante, mi abuela los esperaba en la plaza de Candelaria donde la encontraron horas más tarde bajo un banco y gracias a Dios solamente conmocionada.

Cádiz se tambaleó, el cielo se volvió rojo, la nube hongo se vio en toda la bahía, el fogonazo y el sonido se percibieron en Huelva y Sevilla, de Puertas de Tierra para afuera no quedó nada, ni los cuarteles, ni los astilleros Echevarrieta y Larrinaga, ni la vía del tren, la conducción de agua potable o las de electricidad. Las casas de San Severiano se derrumbaron como la Casa Cuna que atrapó a todos los niños y las monjas, más de dos mil edificios dañados, entre ellos la Catedral con sus puertas dobladas.

Las murallas de la ciudad volvieron a salvarla desviando la onda expansiva como en su día pararon a los franceses, de no haber estado, nadie podría imaginar las dimensiones del desastre.

Habían estallado 200 toneladas de TNT en la Base de defensas submarinas de la Armada, cientos de antiguas y deterioradas minas de la guerra civil que algún desaprensivo había ordenado almacenar junto a la ciudad unos años antes y que nunca pagó por sus actos como tampoco fueron premiados los héroes que impidieron que estallaran las casi medio millar que habían quedado en el almacén at latere. Una historia repleta de miserias: las ayudas tardaron en llegar, las plazas hospitalarias fueron insuficientes, la gente buscaba a sus familiares y amigos a oscuras, otros morían de sus heridas en la playa, donde se habían refugiado, miserias y solidaridad de los supervivientes con los heridos, de las tropas y guardia civil y de los civiles que se desplazaron con los medios de los que disponían desde todos los pueblos y ciudades de la zona para socorrer y ayudar, de los sanitarios que pasaron días sin descanso atendiendo a los heridos.

Fue el peor desastre sufrido por Cádiz desde el maremoto de 1755, pero como dice Antonio Burgos, esta vez al cura de La Palma no le dio tiempo de sacar a la imagen milagrera de la Virgen.

El Régimen intentó minimizar la tragedia (oficialmente murieron 152 personas y otras 5.000 resultaron heridas, aunque por los testimonios de los supervivientes se sabe que fueron muchos más).

Quiero con esta entrada ofrecer un humilde homenaje a los cientos que murieron, a los miles que resultaron heridos, a los que perdieron una madre, un padre, un hijo, un amigo…

Yo tuve suerte, ninguno de mis familiares ni de los de Ángela murió y por eso estoy aquí escribiendo.

No debió ocurrir, se pudo evitar, que no se repita.



4 comentarios:

  1. No puedo evitar sentirme inmensamente triste al ver las imágenes. Mis mayores me contaban las terribles escenas que vivieron. Me angustia la idea de una madre buscando a sus hijos, a su marido. De un hijo buscando a sus padres. Dantesco. Personas que caian muertas en medio de otras muchas personas. La playa se convirtió en un cementerio. Terrorífico, no hay modo de expresarlo.

    ResponderEliminar
  2. No tenía ni idea de lo sucedido, es una vergüenza que se pretendiera acallar o minimizar el suceso y no aprender para evitar futuros desastres.
    ¡Bravo por tu homenaje!

    ResponderEliminar
  3. Tremendo relato que por desgracia no es fruto de tu imaginación. Yo tampoco lo conocía. Gracias por compartirlo con todos, "ignorantes" de aquella tragedia.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  4. No conocía la tragedia, veo que se les dio bien lo de ocultarla a los mandamases de la época.

    ResponderEliminar